EL DESPRECIO DE LOS ASESINOS, LAS LINEAS ROJAS DE UNA DEMOCRACIA

20-06-06


Editorial

EL DESPRECIO DE LOS ASESINOS, LAS LINEAS ROJAS DE UNA DEMOCRACIA


Dicen que el tiempo cura el dolor, pero nadie lo diría al escuchar la declaración de ayer en la Audiencia Nacional de la madre de Miguel Angel Blanco, nueve años después del asesinato de su hijo.

El sufrimiento de los padres y la hermana del concejal del PP no ha menguado, como tampoco la mezcla de indiferencia y desprecio de los presuntos asesinos que se sientan en el banquillo, que ni se dignaron escuchar la declaración de la madre de Blanco o contestar al fiscal que les preguntaba si le habían disparado en la cabeza.

Javier García Gaztelu, Txapote, y su cómplice, Irantzu Gallastegi, Amaia, se dedicaron a cuchichear jovialmente durante el juicio como si nada de aquello les importara un bledo. Como sucedió en la reciente vista por el asesinato de José Luis Caso, otro concejal del PP, ambos quisieron demostrar con su actitud no sólo que no se arrepienten, sino que además les da igual el dolor de las víctimas.

Por su manera de comportarse, podemos deducir que, hace nueve años, les era totalmente indiferente ejecutar a sangre fría a una persona como Miguel Angel Blanco, por cuya vida se había movilizado la inmensa mayoría de la población española. Aquel crimen fue, por sus circunstancias, especialmente execrable. Pero tuvo la virtualidad de unir a todos los partidos democráticos ante la horrible acción de ETA, cuya brutalidad no pudo ser justificada por nadie, ni siquiera por sus acólitos políticos.

El asesinato de Miguel Angel Blanco generó una reacción social que desencadenó, en última instancia, la tregua de ETA en 1998 y también el tramposo Pacto de Lizarra. PP y PSOE permanecieron unidos en aquellas difíciles circunstancias y, cuando ETA volvió a matar, firmaron el Pacto Antiterrorista.

Nada queda hoy de aquel espíritu de Ermua y ni siquiera es posible detectar el más mínimo arrepentimiento de los asesinos de Blanco, lo que plantea de nuevo la gran incógnita de si la banda terrorista está dipuesta a abandonar definitivamente la violencia o ha optado por una estrategia de intentar ganar mediante la vía política lo que no ha podido conseguir por las armas pero sin renunciar a éstas.

Mariano Rajoy afirmó ayer que no se debería hablar de negociar con ETA el día del inicio del juicio contra los presuntos asesinos de Blanco. La obscena actitud de Txapote y Amaia le da la razón. Pero también el diferente escenario político de hoy en relación al que había en 1998, cuando no existía ninguna discrepancia de fondo entre PSOE y PP.

Rajoy rechazó de nuevo la oferta de diálogo del PSOE y volvió a criticar que Zapatero haya decidido unilateralmente no ya entrar en contacto con ETA para exigir su desarme, sino poner en marcha un proceso de legalización de Batasuna sin la previa disolución de la banda.

El líder del PP se mostró inflexible con la reunión del PSE con Batasuna y aseguró que no apoyará al Gobierno si este encuentro se celebra y si se acepta a la izquierda abertzale como interlocutor con la Ley de Partidos en vigor. Zapatero debería aplazar esa cita que burlaría esta norma y las decisiones de los tribunales hasta que ETA haya dado el paso definitivo que se le exige. Sólo así podría recomponerse el imprescindible consenso para afrontar con unidad democrática un envite tan lleno de oportunidades como de peligros.

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