El fiscal a los acusados de matar a Blanco: 'Ese atentado fue la esencia del terrorismo'

21-06-06


ALTO EL FUEGO / La acción de la Justicia

El fiscal a los acusados de matar a Blanco: 'Ese atentado fue la esencia del terrorismo'


Familiares y amigos del concejal abandonan el juicio entre gritos a 'Txapote' y 'Amaia', que dijeron que seguirían «en la lucha»

MANUEL MARRACO

MADRID.- Familiares, amigos y compañeros de Miguel Angel Blanco estallaron ayer en aplausos cuando, en los últimos compases del juicio por el secuestro y asesinato del concejal, el fiscal Miguel Angel Carballo rememoró «la rebelión cívica» que dio lugar al espíritu de Ermua.

«Tal vez de esos hechos sólo pueda rescatarse la unión de los vascos, de los españoles, un clamor social que hoy llega institucionalizado en lo que se denominó el espíritu de Ermua, que fue una auténtica rebelión cívica para evitar el colmo del acorralamiento de las víctimas, de todos aquellos que no participaban en un nacionalismo violento», afirmó el fiscal ante José García Gaztelu e Irantzu Gallastegi.
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La madre de Blanco, Consuelo Garrido, la hermana, Mari Mar, y decenas de acompañantes que llenaban la sala respondieron al «nada más» con el que concluyó el fiscal con un minuto de aplausos. Primero, mezclados con gritos de «justicia»; luego, con insultos a los acusados. La presidenta del tribunal, que había pedido silencio sin ningún éxito, ordenó expulsar «a quienes se han puesto en pie para aplaudir».

Los familiares del concejal habían permanecido sentados, como parte del público, pero abandonaron al unísono la sala mientras arreciaban los insultos. «Asesinos, miradme a la cara que conmigo no habéis podido, vais a pagar lo que habéis hecho», lanzó la hermana de Blanco a los miembros del comando Donosti. «Y los familiares también», añadió volviéndose hacia donde se encontraban los padres de los terroristas. «Vergüenza debería daros tener un familiar asesino. Reíros, reíros, que ya me voy a reír yo cuando vea a vuestros hijos pudrirse en la cárcel».

Al otro lado de un cristal blindado, a sólo unos metros, Txapote y Amaia cambiaron el cuchicheo indiferente de toda la mañana por un gesto incómodo. La mirada de Txapote se despojó del desafío de otros días y la mantuvo agachada mientras le llovían los gritos. A su lado, su compañera sentimental también pasaba el trago sin afrontar ninguna mirada.

Ya con la sala vacía, regresaron a su actitud de desafío: «Aceptamos que somos militantes de ETA y no vamos a parar en la lucha por la libertad del País Vasco y alabamos a todos los gudaris [soldados] vascos muertos», dijo Txapote en el uso de la última palabra.

Precisamente a esa actitud de indiferencia se refirieron las últimas palabras del fiscal. «Quienes hemos estado en la sala», dijo Carballo, «no podemos comprender, humanamente, la indiferencia de los acusados, como no sea una artificial pantalla para salvar la cobardía de enfrentarse a la acusación y a este juicio».

Anteriormente, el fiscal había afirmado ante el tribunal -compuesto por Manuela Fernández (ponente), Fermín Echarri (ponente) y Clara Bayarri- que sólo cabía imponer la pena más elevada, el mismo criterio mantenido por el letrado de la AVT, Emilio Murcia: 20 años de cárcel por el secuestro, 30 por el asesinato y cinco más sin entrar en Ermua.

Con argumentos tanto técnicos como emotivos, el fiscal explicó por qué pedía la máxima condena: «Por la crueldad del cautiverio, con una víctima que por su cultura, por su dedicación política, se puede presumir que era consciente de que no tenía oportunidad de sobrevivir al secuestro. Las condiciones del asesinato, en un lugar despoblado, atado por la espalda, rematado y abandonado a su suerte». «Y si el terrorismo persigue, a través de irradiar el terror a toda la población, fines políticos que se podían conseguir por medios democráticos, es evidente que ese atentado fue la esencia del terrorismo. Durante ese fin de semana, es evidente que todos los españoles pudieron sentirse hermanos, padres, amigos, novios y novias de Miguel Angel Blanco».

«Pocas veces, y eso debe tenerse en cuenta por la Sala», añadió, «un asesino ha tenido tantos motivos para evitar llevar a cabo su despreciable propósito. Pocas veces ha tenido que superar más escrúpulos Y es difícilmente explicable que no haya sido capaz de oír, de sentir, el clamor desesperado de una sociedad que le reclamaba clemencia y los gritos de la manifestaciones de aquellos días, que sin duda debieron de oírse en cualquier bajera del País Vasco».

«Si a ello unimos», concluyó, «la pasmosa y, pese a lo habitual, sorprendente indiferencia de los acusados, se apreciará la necesidad de un largo tratamiento penitenciario, de manera que las penas no pueden ser otras que las solicitadas».

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