Fracaso del Estatuto nacional

19-06-06



CRONICA DE LA SEMANA CASIMIRO GARCIA-ABADILLO / REFERÉNDUM EN CATALUÑA / El análisis

Fracaso del Estatuto nacional


A pesar de las declaraciones autocomplacientes de los líderes políticos del sí, los datos del referéndum celebrado ayer no dejan lugar a dudas: la gran mayoría de los ciudadanos catalanes ha dado la espalda al Estatuto que convierte a Cataluña en nación y que ha supuesto la ruptura del consenso constitucional entre el PSOE y el PP.
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Con una participación en torno al 49%, un voto negativo superior al 20% y papeletas en blanco o nulas por encima del 5%, puede decirse que el sí tan sólo ha tenido el respaldo de poco más de un tercio de los ciudadanos catalanes.

Con ese apoyo, no sólo está muerto el Estatuto, sino que ha salido tocada la clase política.

Precisamente, el pánico a la abstención ha estado en el origen de una campaña salpicada de incidentes, que no han sido casuales, sino la lógica consecuencia de una estrategia planificada, fundamentalmente desde el PSC.

Después de más de dos años de no dedicarse a otra cosa, y recurriendo a un bombardeo mediático sin precedentes, afrontar la recta final de la consulta con unas expectativas de voto claramente inferiores al 50%, era la constatación palpable del divorcio existente entre la sociedad catalana y sus políticos.

Había que hacer algo para evitar el ridículo de que la participación no llegase siquiera a la mitad del electorado. Y se buscó la solución. Fue un alto dirigente del PSC, su secretario de Organización, José Zaragoza, quien tuvo la magistral idea de «calentar la campaña». De ahí salió el primer lema de los socialistas para encarar el referéndum: «El PP usará tu no contra Cataluña».

Como un entrenador marrullero, Maragall dio el visto bueno a un plan que consistía en provocar al PP para movilizar el voto dormido de la izquierda.

Por esa razón, la respuesta de los líderes del PSC, entre los que se ha destacado José Montilla, a las agresiones sufridas por la cúpula de los populares en los contados actos que ha convocado en Cataluña, no sólo no ha sido de condena rotunda y sin paliativos, sino que incluso ha dado una cierta justificación a los agresores: «Quien siembra vientos...».

Sin embargo, ese argumento es tan falso como peligroso. Y la prueba de ello está en la extensión de la violencia a los mítines celebrados por Ciutadans de Catalunya. Lo que los nacionalistas no le perdonan a Arcadi Espada, Albert Boadella o Francesc de Carreras es su coherencia frente a la ideología dominante. Los maulets no son más que la emulación catalana de los jarraitxus vascos. Si para Arzalluz estos sólo son los «chicos de la gasolina», unos adolescentes que se divierten tirando cócteles molotov; para Maragall, Mas, Carod o Saura, los reventadores de actos autóctonos no son más que la constatación de una «repulsa» popular hacia posiciones «anticatalanas».

Pero tienen razón en una cosa. Los que atacan a Rajoy o a Espada no son el problema real de Cataluña, sino su manifestación externa más burda. Son la fiebre, no la causa de la infección.

La enfermedad de Cataluña viene de lejos y tiene su origen en los casi 25 años de gobierno nacionalista. El PSC lo único que ha hecho, que no es poco, es pagar un alto peaje a ERC, en forma de Estatuto, para gobernar aún habiendo perdido las elecciones.

El proyecto nacionalista consiste en un progresivo desenganche de España. Es decir, en generar una desafección social a todo lo que tenga que ver con ella.

Lo que ha ocurrido en la educación es la mejor prueba de ello. Lograr que se enseñe hoy en Cataluña a un niño en castellano como lengua vehicular es prácticamente imposible. ¡Que se lo pregunten a Carmelo González! La mayoría de los padres ha ido aceptando en silencio esa imposición de la corriente mayoritaria, que consiste en marginar a una de las dos lenguas oficiales reconocidas por la Constitución.

Lo que ahora ocurre en Cataluña no es fruto del nuevo Estatuto, sino del actualmente vigente, que cuenta con el respaldo del PP.

Como los nacionalistas catalanes le han sido tan necesarios en ocasiones tanto al PSOE como al PP, a cambio de sus votos se les ha dejado gestionar las instituciones catalanas como si el nacionalismo fuera la única opción o, al menos, la inmensamente mayoritaria. Lo que no es cierto. Al menos si se miran los resultados electorales y se considera que el PSC, hasta las elecciones de 2003, no era un partido nacionalista.

Gravísimo error que costará muchos años corregir. Lo malo es que, con el nuevo Estatuto, vamos claramente a peor.

La estrategia de brocha gorda del PP en Cataluña no ha hecho sino favorecer a los nacionalistas. El «España se rompe» se ha convertido en una herramienta con la que el cuatripartito catalán (PSC, CiU, ERC e ICV) ha machacado al PP por su «tremendismo».

Porque, efectivamente, España no se rompe, sino que se descompone, se va difuminando sutilmente, poco a poco, hasta que un día ya no exista como tal.

Ese es el plan nacionalista, ejecutado con total precisión y frialdad por sus líderes. Convertir a Cataluña en una nación separada de España con paciencia, sin prisas, sumando más y más ciudadanos a esa corriente mayoritaria a la que se ha subido entusiásticamente el PSC con la fe del converso.

Pero, si es verdad que «España no se rompe», lo que no es menos cierto es que cada vez cuenta con menos adeptos. Y de ello, si no es consciente Zapatero, es que no sabe por donde le da el viento.

Creer que España se va a «fortalecer con el nuevo Estatuto» es una falsedad, o una prueba de ignorancia impropia de un presidente.

De hecho, la misma puesta en marcha del nuevo Estatuto ha sido una cesión imperdonable a los postulados nacionalistas. Hace apenas dos años, el Estatuto no le preocupaba ni al 5% de los catalanes. Pero a fuerza de machacar se les ha convencido de que con él recibirán más dinero, tendrán mejores servicios y podrán recuperar una parte de lo que se «quedan» otras regiones.

La desafección hacia España es algo tan palpable como lo son los datos de audiencia del último partido de la selección española. Mientras que en la mayoría de las regiones un 60% de espectadores (sumando los de La Sexta y los de la Cuatro) vio en directo el partido (en Madrid ese registro alcanzó casi el 70%), en Cataluña y en el País Vasco, ese porcentaje no llegó al 50%.

Hasta eso parece mucho. Sobre todo, teniendo en cuenta que líderes como Carod, que ha sido capaz de dar la vuelta al mundo para la ver a la selección catalana de hockey sobre patines, dice preferir que gane Polonia; Saura (este hombre, sencillamente, no tiene remedio), prefiere a Brasil, y Mas acepta como favorita a regañadientes a España, «ya que no hay selección catalana...».

Esa situación de desapego no tiene nada que ver con la autonomía o con la estructura del Estado. Alemania, que es, junto con España, el país más descentralizado de la UE, no tiene ese problema. ¿Se imaginan ustedes al presidente del Estado de Baviera, Edmund Stoiber, apoyando a otra selección que no fuera la de Alemania en el Mundial? Ese hombre estaría políticamente muerto.

Pues eso, lo que parece fácil de ver para cualquiera resulta que el presidente español ni lo percibe.

Después de lo ocurrido ayer, lo lógico sería que Maragall convocase elecciones anticipadas y que el Estatuto quedase en estado de hibernación, hasta que un nuevo consenso ilusionase a los ciudadanos que, en su mayoría, parece que quieren seguir formando parte de España.

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
A los genios del tripartito se les olvidó hacer una ley que prohibiese la abstención. Lástima.

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