Para este viaje no habríamos venido
19-06-06
REFERÉNDUM EN CATALUÑA / LA NOCHE DE LAS URNAS
Para este viaje no habríamos venido
Por Victoria Prego
REFERÉNDUM EN CATALUÑA / LA NOCHE DE LAS URNAS
Para este viaje no habríamos venido
Por Victoria Prego
Barcelona. Las primeras horas se les fueron en recomponer la cara y en retejer y zurcir los argumentos, de manera que, llegado el momento de conocer los datos oficiales, estuvieran todos en condiciones de contarse a sí mismos y contar «a las ciudades y al orbe» que estábamos ante un éxito de descomunales proporciones y que los datos de participación en este referéndum son en realidad irrelevantes. De hecho, esa fue la tesis defendida desde el primer instante, aunque todavía con una expresión doliente, de los periodistas y expertos que comparecieron en los estudios de las televisiones públicas catalanas recién cerrados los colegios electorales.
(.../...)
Pero no es verdad. La verdad es que a todos los dirigentes políticos, catalanes y nacionales, que defendieron el sí durante la campaña, les importaba mucho, muchísimo, la participación. En público lo dijeron, pero lo dijeron todavía con mayor claridad en privado. Y, antes de la campaña y durante la campaña, todos coincidían en reconocer que una participación que no superara en al menos dos puntos el 50% del censo sería un desastre para el proyecto de Estatuto. Es más: siendo cierto que nadie puso nunca en duda una clara victoria del sí y, siendo verdad que los líderes políticos afirmaban unánimemente que un voto afirmativo que superara el 70% sería un gran éxito, ninguno de ellos consideró nunca la posibilidad de que hubiera más catalanes que decidieran no ir a votar que catalanes que lo hicieran. El 50% de participación era la última frontera que aceptaban darse para curarse en salud. Pero ni siquiera ese porcentaje se ha alcanzado y eso, por más que ahora se esfuercen en negar la realidad, ha supuesto para este Estatuto un golpe moral de notables dimensiones.
Por varias razones, pero fundamentalmente por una: este proyecto de Estatuto se ha hecho de espaldas y contra la opinión del 40% de los españoles, que son, más o menos, los votantes del PP. Este Estatuto ha roto cualquier esperanza de acuerdo básico entre los dos grandes partidos. Este Estatuto ha laminado la gestión del Gobierno tripartito, gestión que nadie conoce porque Cataluña ha vivido desde 2003 bajo esta sola obsesión de sus gobernantes. Este Estatuto, que Maragall puso en marcha en 2003 para hacerle la oposición al Gobierno del PP, ha forzado a los nacionalistas de CiU, ya en la oposición, a subirse a ese carro, que no querían y que no les gustaba, para evitar quedarse tirados en el camino. Este Estatuto, al final, ha sido utilizado por CiU para adelantar en prohibido al PSC con el único objetivo de alzarse con el liderazgo perdido y a costa de romper toda estabilidad política en el resto de España. Y ya es ocioso recordar que este Estatuto, cuyo destino es ser recurrido ante el Constitucional, ha forzado la convocatoria de una elecciones anticipadas en Cataluña por un Gobierno maltrecho y un presidente desprestigiado.
Por todas esas razones, los líderes políticos catalanes querían, necesitaban imperiosamente un apoyo absolutamente masivo a este Estatuto. Sólo la materialización del «clamor popular» del que llevan hablando más de dos años hubiera sido capaz de legitimar este proyecto y hacerlo pasar por encima de tantos desgarros, de tantas roturas.
Sólo eso habría evitado el riesgo que Pujol apuntaba hace días. «No podemos hacer el ridículo», dijo ante los suyos cuando les llamó a una participación masiva ante las urnas y a un sí igualmente masivo. El ridículo no lo han hecho los electores, pero sí lo han hecho los dirigentes porque, después de tanta movilización, y de tanto drama, resulta que el 90% de los diputados del Parlamento catalán hace suyo un Estatuto que únicamente respalda el 36% de los ciudadanos. Y que la suma de votos favorables obtenidos (1.881.765, con el 99,95% escrutado) es menor que la de catalanes que en las elecciones autonómicas apoyaron a CiU y al PSC (2.297.042).
Por supuesto que PP y ERC, defensores del no, han fracasado, porque los votos negativos (528.472) no le llegan al tobillo a los que obtuvieron, entre ambos, en las últimas autonómicas (937.823). Pero el drama es que los otros han fracasado también y que este Estatuto, que nació mal, va a sobrevivir también mal.
Con los datos de ayer va a serle muy difícil a Zapatero sostener que la demanda popular hace necesario cambiar el modelo territorial de España. Esa demanda popular inapelable, clamorosa, capaz de legitimar un proyecto confictivo hasta hacerle pasar por encima de la honda controversia, no ha existido en Cataluña. Y si no existe en Cataluña, mucho menos existe en otros lugares de nuestro país. Así que, ¿cómo y con qué razones el presidente va a convencer a los españoles de que acepten y se sometan a una redefinición del país por decisión de Cataluña, cuando resulta que en Cataluña son más los que no están interesados en esta redefinición que los que la han respaldado? ¿Cuál sería la fuerza de un proyecto de reforma nacional si quienes más han forzado este modelo no lo reclaman de forma aplastante? ¿Por qué quienes se han venido oponiendo a este trágala tendrían que someterse ahora a él después de lo visto?
El presidente no va a tener fácil seguir adelante con esto, porque la fuerza moral de Maragall, Mas y otros se la arrebataron ayer los electores catalanes por el sencillo procedimiento de ignorar sus pretensiones. A lo más que va a llegar este texto es a seguir generando problemas y desencuentros. Y para un viaje así no merecía la pena haber venido.
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Pero no es verdad. La verdad es que a todos los dirigentes políticos, catalanes y nacionales, que defendieron el sí durante la campaña, les importaba mucho, muchísimo, la participación. En público lo dijeron, pero lo dijeron todavía con mayor claridad en privado. Y, antes de la campaña y durante la campaña, todos coincidían en reconocer que una participación que no superara en al menos dos puntos el 50% del censo sería un desastre para el proyecto de Estatuto. Es más: siendo cierto que nadie puso nunca en duda una clara victoria del sí y, siendo verdad que los líderes políticos afirmaban unánimemente que un voto afirmativo que superara el 70% sería un gran éxito, ninguno de ellos consideró nunca la posibilidad de que hubiera más catalanes que decidieran no ir a votar que catalanes que lo hicieran. El 50% de participación era la última frontera que aceptaban darse para curarse en salud. Pero ni siquiera ese porcentaje se ha alcanzado y eso, por más que ahora se esfuercen en negar la realidad, ha supuesto para este Estatuto un golpe moral de notables dimensiones.
Por varias razones, pero fundamentalmente por una: este proyecto de Estatuto se ha hecho de espaldas y contra la opinión del 40% de los españoles, que son, más o menos, los votantes del PP. Este Estatuto ha roto cualquier esperanza de acuerdo básico entre los dos grandes partidos. Este Estatuto ha laminado la gestión del Gobierno tripartito, gestión que nadie conoce porque Cataluña ha vivido desde 2003 bajo esta sola obsesión de sus gobernantes. Este Estatuto, que Maragall puso en marcha en 2003 para hacerle la oposición al Gobierno del PP, ha forzado a los nacionalistas de CiU, ya en la oposición, a subirse a ese carro, que no querían y que no les gustaba, para evitar quedarse tirados en el camino. Este Estatuto, al final, ha sido utilizado por CiU para adelantar en prohibido al PSC con el único objetivo de alzarse con el liderazgo perdido y a costa de romper toda estabilidad política en el resto de España. Y ya es ocioso recordar que este Estatuto, cuyo destino es ser recurrido ante el Constitucional, ha forzado la convocatoria de una elecciones anticipadas en Cataluña por un Gobierno maltrecho y un presidente desprestigiado.
Por todas esas razones, los líderes políticos catalanes querían, necesitaban imperiosamente un apoyo absolutamente masivo a este Estatuto. Sólo la materialización del «clamor popular» del que llevan hablando más de dos años hubiera sido capaz de legitimar este proyecto y hacerlo pasar por encima de tantos desgarros, de tantas roturas.
Sólo eso habría evitado el riesgo que Pujol apuntaba hace días. «No podemos hacer el ridículo», dijo ante los suyos cuando les llamó a una participación masiva ante las urnas y a un sí igualmente masivo. El ridículo no lo han hecho los electores, pero sí lo han hecho los dirigentes porque, después de tanta movilización, y de tanto drama, resulta que el 90% de los diputados del Parlamento catalán hace suyo un Estatuto que únicamente respalda el 36% de los ciudadanos. Y que la suma de votos favorables obtenidos (1.881.765, con el 99,95% escrutado) es menor que la de catalanes que en las elecciones autonómicas apoyaron a CiU y al PSC (2.297.042).
Por supuesto que PP y ERC, defensores del no, han fracasado, porque los votos negativos (528.472) no le llegan al tobillo a los que obtuvieron, entre ambos, en las últimas autonómicas (937.823). Pero el drama es que los otros han fracasado también y que este Estatuto, que nació mal, va a sobrevivir también mal.
Con los datos de ayer va a serle muy difícil a Zapatero sostener que la demanda popular hace necesario cambiar el modelo territorial de España. Esa demanda popular inapelable, clamorosa, capaz de legitimar un proyecto confictivo hasta hacerle pasar por encima de la honda controversia, no ha existido en Cataluña. Y si no existe en Cataluña, mucho menos existe en otros lugares de nuestro país. Así que, ¿cómo y con qué razones el presidente va a convencer a los españoles de que acepten y se sometan a una redefinición del país por decisión de Cataluña, cuando resulta que en Cataluña son más los que no están interesados en esta redefinición que los que la han respaldado? ¿Cuál sería la fuerza de un proyecto de reforma nacional si quienes más han forzado este modelo no lo reclaman de forma aplastante? ¿Por qué quienes se han venido oponiendo a este trágala tendrían que someterse ahora a él después de lo visto?
El presidente no va a tener fácil seguir adelante con esto, porque la fuerza moral de Maragall, Mas y otros se la arrebataron ayer los electores catalanes por el sencillo procedimiento de ignorar sus pretensiones. A lo más que va a llegar este texto es a seguir generando problemas y desencuentros. Y para un viaje así no merecía la pena haber venido.
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