«Traición de lesa humanidad»
07-07-06
ALTO EL FUEGO / La respuesta de las víctimas
«Traición de lesa humanidad»
Varias víctimas, entre ellas la madre del socialista Joseba Pagazaurtundua, se concentraron ante el hotel para protestar
ANGELES ESCRIVA
ALTO EL FUEGO / La respuesta de las víctimas
«Traición de lesa humanidad»
Varias víctimas, entre ellas la madre del socialista Joseba Pagazaurtundua, se concentraron ante el hotel para protestar
ANGELES ESCRIVA
SAN SEBASTIAN.- Pilar Ruiz era ayer la imagen de la mayor de las rabias, de la impotencia y de la desolación. Y también de la soledad. La madre de Joseba Pagazaurtundua, uno de los últimos socialistas asesinados por ETA, esperaba ver la plazoleta frente al hotel Amara Plaza, donde se celebró la reunión, repleta de víctimas del terrorismo protestando por lo que ella considera una traición. O una «traición de lesa humanidad» perpetrada por el presidente del Gobierno, por el secretario general del PSE, Patxi López, y por todos los socialistas que han urdido el encuentro con los dirigentes de Batasuna.
(.../...)
Pero, cuando llegó, no había casi nadie. La Ertzaintza había acordonado la zona para que no se pudiera pasar, en un intento -que resultó desproporcionado, dados los asistentes- por controlar a la madre de Joseba y, sobre todo, a los cuatro miembros de la plataforma España y Libertad vestidos con monos y máscaras blancas que se acercaron para solidarizarse con las víctimas y para criticar al Gobierno socialista.
La falta de presencia de gente a su favor no la arredró. No en vano, Pilar Ruiz tiene en su haber una de las biografías más concienzudas de luchadora: contra la guerra, contra el hambre, contra el abandono de las instituciones, contra el nacionalismo que la insultó inmisericordemente y contra ETA.
De modo que se erigió en portavoz absoluta para quejarse entre lágrimas de decepción. «Las víctimas no somos nadie, los verdugos tienen las de ganar porque tienen armas y las compran con el dinero que les quitaron a los de aquí», afirmó. «Yo en 2005 ya le dije a Patxi: 'Quien trata con traidores es un traidor'», insistió y, después, con mayor amargura, añadió: «A mi hijo no lo mataron para que lo traicionaran de esa manera, ¡traidores!, ¡sinvergüenzas!, con mi hijo no se juega y no me pienso callar». «La traición es gordísima. Cuando murió mi hijo me llamó Zapatero, pero ni Eguiguren ni ninguno de ésos. ¿Cómo iban a hacerlo si estaban en tratos con éstos?», repetía.
Al poco de estar allí, se acercó su nuera, la viuda de su Joseba Pagaza. Extremadamente discreta pero convencida de que el fin del terrorismo podía haberse hecho de otro modo. Y un señor anónimo que se acercó para animar a Pilar.
- Le debemos mucho a usted y a su hijo. Los que tenemos la suerte de no haber sufrido una muerte como ésa les debemos mucho. Fíjese que yo he votado socialista.
- Y yo también.
- Y ahora, ¿por quién votamos?
- Pues en blanco.
- Pero si es que son todos unos sinvergüenzas.
- Yo, con la dictadura, no pude votar hasta tener 40 años y lo hice con una ilusión... con lo que nos ha costado conseguir el voto, hay que votar.
- Yo soy pacifista, pero por dentro tengo una rabia...
- Yo no he tenido la oportunidad de ser pacifista porque desde los tres años estoy trabajando, vendiendo, recogiendo olivas...
- Lo malo es que estaban vencidos y los han resucitado. ¿Sabe que había unos ahí que se estaban burlando de usted? Cuando les he reprendido, me han contestado: «Me río de lo que me da la gana».
- No me importa, no todos somos iguales. La diferencia entre ellos y yo es que yo les respeto. Yo tenía que denunciar esta situación y me he desahogado. Si no, ¿qué les digo yo a mis nietos en el futuro?, ¿que todo vale?
Otras víctimas
El señor se fue después de darle un abrazo y Pilar comentó que esa mañana no había podido localizar a Maite, su hija, concejal socialista y hoy en la delicada posición de ser la presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Un ratito después vio reforzada su posición con la presencia de dos víctimas más: Angeles López, delegada de la AVT en Asturias, viuda del guardia civil asesinado José María Sánchez Melero, y Josefina Saavedra, delegada en Galicia, viuda del también guardia civil Ricardo Couso. «Pon sus nombres» -me pidieron- «porque el puesto de mi marido lo llenaron al día siguiente pero el de padre, marido e hijo sigue vacío».
Al final de las ruedas de prensa, una veintena de personas permanecía en la calle. Cuando los coches que llevaban a la delegación de Batasuna salieron a toda pastilla, otro grupo en el extremo contrario de la calle les aplaudió y jaleó como héroes. Las víctimas callaron, pero uno de sus acompañantes no pudo reprimir un grito: «¡Ratas!».
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Pero, cuando llegó, no había casi nadie. La Ertzaintza había acordonado la zona para que no se pudiera pasar, en un intento -que resultó desproporcionado, dados los asistentes- por controlar a la madre de Joseba y, sobre todo, a los cuatro miembros de la plataforma España y Libertad vestidos con monos y máscaras blancas que se acercaron para solidarizarse con las víctimas y para criticar al Gobierno socialista.
La falta de presencia de gente a su favor no la arredró. No en vano, Pilar Ruiz tiene en su haber una de las biografías más concienzudas de luchadora: contra la guerra, contra el hambre, contra el abandono de las instituciones, contra el nacionalismo que la insultó inmisericordemente y contra ETA.
De modo que se erigió en portavoz absoluta para quejarse entre lágrimas de decepción. «Las víctimas no somos nadie, los verdugos tienen las de ganar porque tienen armas y las compran con el dinero que les quitaron a los de aquí», afirmó. «Yo en 2005 ya le dije a Patxi: 'Quien trata con traidores es un traidor'», insistió y, después, con mayor amargura, añadió: «A mi hijo no lo mataron para que lo traicionaran de esa manera, ¡traidores!, ¡sinvergüenzas!, con mi hijo no se juega y no me pienso callar». «La traición es gordísima. Cuando murió mi hijo me llamó Zapatero, pero ni Eguiguren ni ninguno de ésos. ¿Cómo iban a hacerlo si estaban en tratos con éstos?», repetía.
Al poco de estar allí, se acercó su nuera, la viuda de su Joseba Pagaza. Extremadamente discreta pero convencida de que el fin del terrorismo podía haberse hecho de otro modo. Y un señor anónimo que se acercó para animar a Pilar.
- Le debemos mucho a usted y a su hijo. Los que tenemos la suerte de no haber sufrido una muerte como ésa les debemos mucho. Fíjese que yo he votado socialista.
- Y yo también.
- Y ahora, ¿por quién votamos?
- Pues en blanco.
- Pero si es que son todos unos sinvergüenzas.
- Yo, con la dictadura, no pude votar hasta tener 40 años y lo hice con una ilusión... con lo que nos ha costado conseguir el voto, hay que votar.
- Yo soy pacifista, pero por dentro tengo una rabia...
- Yo no he tenido la oportunidad de ser pacifista porque desde los tres años estoy trabajando, vendiendo, recogiendo olivas...
- Lo malo es que estaban vencidos y los han resucitado. ¿Sabe que había unos ahí que se estaban burlando de usted? Cuando les he reprendido, me han contestado: «Me río de lo que me da la gana».
- No me importa, no todos somos iguales. La diferencia entre ellos y yo es que yo les respeto. Yo tenía que denunciar esta situación y me he desahogado. Si no, ¿qué les digo yo a mis nietos en el futuro?, ¿que todo vale?
Otras víctimas
El señor se fue después de darle un abrazo y Pilar comentó que esa mañana no había podido localizar a Maite, su hija, concejal socialista y hoy en la delicada posición de ser la presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Un ratito después vio reforzada su posición con la presencia de dos víctimas más: Angeles López, delegada de la AVT en Asturias, viuda del guardia civil asesinado José María Sánchez Melero, y Josefina Saavedra, delegada en Galicia, viuda del también guardia civil Ricardo Couso. «Pon sus nombres» -me pidieron- «porque el puesto de mi marido lo llenaron al día siguiente pero el de padre, marido e hijo sigue vacío».
Al final de las ruedas de prensa, una veintena de personas permanecía en la calle. Cuando los coches que llevaban a la delegación de Batasuna salieron a toda pastilla, otro grupo en el extremo contrario de la calle les aplaudió y jaleó como héroes. Las víctimas callaron, pero uno de sus acompañantes no pudo reprimir un grito: «¡Ratas!».
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