«¡BENDITA ANESTESIA!»

11-06-06


IRENE VILLA / DIARIO DESDE EL HOSPITAL

«¡BENDITA ANESTESIA!»


¡QUÉ SENSACION más extraña! Mi patita ha quedado reducida a la mitad de lo que era y de ella sale ahora un tornillo que puedo mover. Una inyección de morfina me permite conciliar el sueño tres horas seguidas. Después otra. Y otra. Intento aguantar e ir dejando la morfina



INGRESADA. Irene Villa, de 27 años, en su habitación en el hospital sueco de Sahlgrenska, donde la operaron el pasado 30 de mayo

IRENE VILLA

Irene Villa sigue ingresada en el hospital de Sahlgrenska, en Gotemburgo (Suecia). Allí se sometió el 30 de mayo pasado a una revolucionaria cirugía que mejorará visiblemente su capacidad para caminar, mermada tras la amputación de sus dos piernas en un atentado de ETA en 1991. Una intervención que encaró con una sonrisa y que se ha tornado en una mueca de dolor tras un complicado post operatorio. Éste es el diario que ella misma ha escrito en una de las semanas más duras de su vida.

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«Viernes 2. «Salgo del letargo»

Comienzo a ser consciente de lo que pasa a mi alrededor tras cuatro días completamente sedada y sin fuerzas ni siquiera para preguntar cómo ha ido todo. ¡Al fin salgo del letargo en el que he estado sumida desde la operación! El médico del equipo de Branemark que ha venido a visitarme esta mañana traía un pin del Real Madrid en la bata. Antes de quitarme el vendaje y mostrarme por primera vez el aspecto de mi pierna izquierda tras la intervención, me da conversación. Hace un mes estuvo en el Bernabéu con sus hijos pequeños viendo un partido. Entiendo todo lo que me dice, mi inglés es cada día más fluido. Él sonríe cuando descubre la última gasa: «Tiene un aspecto magnífico», dice.Pero no creo que mi cara reflejara la misma satisfacción que la suya. Mi patita ha quedado reducida a la mitad de lo que era y de ella sale ahora un tornillo que puedo mover. Parezco un robocop. ¡Qué sensación más extraña! El muñón ha quedado muy pequeño tras los recortes que le han hecho en quirófano y me pregunto cómo podré ahora caminar con él. Me tranquilizan: Lo importante es el hueso reforzado con titanio, dicen. Hay gente que tiene el muñón incluso más pequeño que el mío y les va bien.Aprovecho para leer y escribir.

Sábado 3. «Agradezco la compañía»

Por primera vez desde que llegamos a Gotemburgo nos libramos del madrugón. Los fines de semana los médicos no pasan visita.La jornada transcurre entretenida en torno a la pantalla del ordenador. Nos hemos traído todos los capítulos de Aquí no hay quien viva. Por la tarde viene Isabel, una auxiliar que habla castellano de la que nos hicimos amigas en nuestra anterior visita a Suecia, con su rubio novio. Él no habla español y nos entendemos como podemos. Llega también el hijo de Isabel, quien se comunica en portugués. Tantas conversaciones cruzadas en tantos idiomas hacen que acabe mareada, pero agradezco su compañía. Mañana volverán.

Domingo 4. «Felicidades, mami»

¡¡¡¡Felicidades, mami!!!! Es su cumple. Este año lo celebramos en el hospital las dos solas, pero le digo: «¿Recuerdas la de gente que acudió el año pasado a tu cumpleaños?». Más de un millón de personas. Entonces, su onomástica coincidió con la manifestación multitudinaria contra el diálogo con ETA. «Negociación en mi nombre, no» fue el lema. A ese cumpleaños sí que no faltó nadie.Y este año, aunque no estén, se sienten. Su teléfono y el mío no han parado de sonar. Por el cumpleaños y porque la gente que ha leído el artículo que publicó CRONICA la semana pasada narrando la cirugía a la que me he sometido. Todo el mundo me manda su solidaridad y cariño. Mariaje (así llamo a mi madre) advierte que el bote de suero conectado a mi mano derecha lleva tiempo sin dejar caer una gota. La enfermera confirma que el conducto está obstruido. «Una pompita», explica, «dentro de tu vena».Se hace difícil encontrar otra vena donde conectar la vía. Todas son demasiado delgadas. «Me salgo porque me está doliendo a mí más que a ti», dice mi madre. Yo la retengo: «No te vayas, verás como éste es el último intento». Misión cumplida. El suero entra de nuevo en mi cuerpo a través del antebrazo. Llaman sigilosamente a la puerta. ¡Felicidades! Es Isabel con un ramo de raras flores naranjas para mi madre. Preciosas.

Lunes 5. «Bendita anestesia»

Fuera sonda y fuera epidural. Eso es que los dolores van menguado y pronto me enviarán a casa, pienso. En lugar de la anestesia, me dan pastillas de morfina. Aún así comienzo a sentir un constante y molestísimo dolor en la pierna operada, como si tuviera un desgarro muscular. Ningún painkiller (literalmente «matador de dolor», así llamamos mi madre y yo a los sedantes) puede con las molestias. Al llegar la noche -en el reloj, porque a estas alturas del año el cielo sueco no comienza a oscurecer hasta pasadas las 23:00 horas- el dolor se multiplica. Una inyección de morfina me permite conciliar el sueño tres horas seguidas.Después, otra. Y otra. Intento aguantar el dolor y dejar poco a poco la morfina porque no me darán el alta mientras siga inyectándomela, pero no puedo. Hasta ahora no he sabido de lo que me estaba librando la epidural... Bendita anestesia.

Martes 6. «Más morfina»

Hoy es el día nacional de Suecia. Eso explica las banderitas azules y amarillas en los postres de todos los enfermos del hospital Sahlgrenska. Ayer me dijeron que todo iba bien y que me daban el alta el jueves. ¡Qué bien! Verás qué sorpresa el sábado cuando me presente en la concentración convocada por la AVT. Nadie me espera. Ya he comprado los billetes de regreso a casa. A última hora de la tarde, cuando parecía que por fin podía prescindir de los sedantes, me han tenido que volver pinchar morfina. No aguantaba más. La visita de Isabel, que cada día me alegra con su vitalidad y su gracia, es más corta de lo normal. Sabe que no estoy para nadie. Me dejan sola. He llamado a Eugenio, uno de los primeros españoles que se sometió a esta revolucionaria técnica. Él me animó a emprender este viaje a Suecia. Sus palabras siempre me dan aliento. No entiende por qué tanto dolor. Él no lo tuvo. La música me ayuda a dormir.

Miércoles 7. «No puedo ni escribir»

Me han quitado el drenaje. Viene a hacerme la cura el médico más guapo del equipo -ése que mi madre y yo comparamos con Paul Newman cuando era joven- pero trae malas noticias. No le gusta un punto rojo que ha detectado alrededor del tornillo de titanio.Me aterra que mencione la palabra infección porque ello podría suponer la reamputación. Coge una muestra del tejido sospechoso y se la lleva para analizarla. El viaje de regreso a España queda suspendido. Sé que el dolor se olvida rápido y a lo mejor me equivoco pero creo que nunca había sentido uno tan intenso como el de hoy. Apenas puedo escribir. Me mareo. Creo que voy a vomitar.

Jueves 8. «Grito de alegría»

Después de una dura noche de dolor e inyecciones cuyos efectos duran cada vez menos, intento desayunar para echarlo todo diez minutos después. Otro día que promete ser interminable y doloroso.Consigo dormir algo. Viene de nuevo el guapo del equipo. Su cara es mucho más tranquilizadora que la de ayer. El análisis ha dado negativo, no hay infección y el punto rojo que le preocupaba, remite. «Si todo sigue así el lunes vuelves a España», dice.Grito sin poder contenerme. Esta vez de alegría. Aunque el día haya comenzado mal, creo que por fin ha llegado el inicio de mi recuperación. Hacia atrás ni para coger impuso.

Viernes 9. «Otro día difícil»

Cuando pensaba que ya había pasado lo peor, un dolor nuevo se despierta. Recorre toda la espalda y acaba en mi pierna izquierda.Dicen que es el nervio ciático y que me duele porque he estado mucho tiempo tumbada. De nuevo el efecto de las pastillas de morfina es insuficiente. Y de nuevo viene mi salvación: Elin, la enfermera más dulce de la planta, la que mejor me comprende.Mi amiga sueca llega con la inyección en la mano dispuesta a liberarme de esa constante punzada. Respiro tranquila. Elena, la enfermera chilena en prácticas me ha traído más películas.«Para que se te olvide el dolor», dice. Son todas un amor. Termina otro día muy difícil. Mañana mi alma estará en Madrid.»

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