...Y AHORA RESULTA QUE SI SOMOS ESPAÑOLES

15-06-06



Editorial

...Y AHORA RESULTA QUE SI SOMOS ESPAÑOLES


Una ola de fervor patriótico inundó ayer inesperadamente España. De Tarragona a Melilla, de Almería a Vitoria, millones de gargantas corearon los goles de Alonso, Torres y Villa y empezaron a creerse -tal vez por primera vez en la Historia- que su selección podía ganar el Mundial. A medida que el cuero golpeaba las mallas de la portería ucraniana, parecían esfumarse de golpe siglos de complejos atávicos y se derretían como un azucarillo las dudas existenciales de un país que, paradójicamente, ha dedicado en los últimos años demasiado tiempo a preguntarse por su propio ser.

Lo que ayer se vivió en los bares, en las plazas, en los lugares públicos fue mucho más que un simple partido. Por primera vez desde hace mucho tiempo, la bandera tomó las calles a cara descubierta sin que mediara para ello una reivindicación política y se erigió en el símbolo de un país artificialmente dividido por la elite dirigente y sin embargo unido en torno a la hoguera de emociones que genera el fútbol.

Muchos fueron ayer los que intentaron arrimar a su sardina las crepitantes ascuas del ardor patriótico. Aerolíneas y cadenas de supermercados ofrecieron descuentos a sus clientes para celebrar la gesta. Pero sin duda fueron los partidos políticos los que llevaron este afán más lejos, reivindicando para su propio modelo de Estado lo que a todas luces fue sólo -y ahí es nada- un gran partido de fútbol. El PP aseguró que el triunfo era fruto del «orgullo de la nación más antigua de Europa» mientras el PSOE lo atribuía a «la España plural».

Y sin embargo España no fue en la tarde de ayer ni plural ni singular sino tan sólo España, de nuevo y por fin un país sin apellidos. La bandera nacional -tantas veces identificada con el franquismo y denostada como un emblema rancio- pudo verse en oficinas, mercados y restaurantes de toda la geografía ibérica.

Si ciudadanos, comerciantes y políticos se envolvieron ayer de rojo y gualda, los dos canales que transmitieron el partido no se quedaron cortos. Pero mientras los chascarrillos de Andrés Montes en La Sexta se ciñeron más al ámbito futbolístico, los de Cuatro cayeron en un patrioterismo que incitaba a los espectadores a ponerse en pie para escuchar el himno y se felicitaba de que el amor por nuestros colores hubiera rebasado las fronteras de lo privado y al fin se pudiera compartir de puertas afuera. Tan alto llegó la marea que hasta ese grupo de comunicación -el mismo que repudió en su día la bandera de la plaza de Colón y que tantas veces ha avalado el replanteamiento de la idea de España- se subió a la ola de entusiasmo y colocó una enorme enseña nacional en la portada de su página web, demostrando que -con cinismo- se puede hacer negocio de una idea y de su contraria.

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